La leyenda del Amancay
A orillas de un caudaloso río cerca de la Cordillera, vivía una tribu de mapuches.
Una tarde soleada, Quintral, el hijo del cacique, mientras salía a cazar se encontró con la joven Amancay. Ambos se enamoraron instantáneamente, pero ella sabía que ese amor no era posible, pues ella era muy humilde.
Poco después de ese suceso, toda la tribu sufriría una de las pestes más terribles; poco a poco, fueron cayendo muchos indios: entre ellos el hijo del cacique, el joven y robusto Quintral.
No había forma de curar su mal. Entonces Amancay, corrió a consultar a una machi (curandera): quería saber cuál era el remedio para tan tremenda desgracia. La machi le reveló el secreto que sería la cura de Quintral: debía tomar una infusión preparada con una flor que sólo crecía en medio de las nieves eternas, en el corazón de las cumbres que permanecen heladas durante todo el año.
Amancay, no dudó en correr peligro al trepar las empinadas montañas con el fin de salvar a su amor.
La tarea daba miedo, pero su amor la impulsaba.
Trepó con todas sus fuerzas, y finalmente encontró la flor al borde de una laguna secreta y encerrada en lo más alto del pico.
Al bajar, se topó con la figura imponente del cóndor que todo lo domina. Y entre la mirada feroz de sus ojos y la anchura amenazante de sus alas, Amancay supo que debía arrojar la flor que con tanto esfuerzo, había conseguido; pero se negó fervientemente y entonces el ave le pidió nada menos que su corazón. Amancay aceptó.
El cóndor surcó los cielos con el corazón entre sus garras.
Mientras emprendía el regreso a su negra cueva en la cumbre más negra, los senderos de la montaña se manchaban de sangre que manaba del corazón en vuelo. Grandes gotas rojas caían.
En cada recodo de la montaña, a cada orilla del camino, al pie de las frías cascadas, creció una hermosa flor teñida por la sangre que Amancay derramó por su amor. Esa flor muy roja, una de las más bellas de nuestra cordillera, lleva hoy por nombre “Amancay”.
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