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ORFEO Y EURÍDICE
Orfeo era hijo del rey de Tracia y de la musa Calíope. El dios Apolo le regaló una lira y sus tías, las musas, le enseñaron a tocarla. Poseía una exquisita sensibilidad para la música y acompañaba sus melodías con bellísimos poemas que el mismo componía. El arte de Orfeo era tan maravilloso, que cuando tocaba, no sólo los hombres acudían embelezados, sino que las fieras se acercaban mansamente a escucharlo. Y hasta dicen que las plantas, e incluso las piedras, se movían por el encantamiento de su dulce voz.
Lo inspiraba de manera especial tocar rodeado por la naturaleza. Así, conoció a la ninfa Eurídice. Estaba tocando su lira en un bosquecillo y ella se acercó a escucharlo, irresistiblemente atraída por la deliciosa música. De inmediato surgió el amor entre ellos.
Poco tiempo después s celebró el matrimonio entre Orfeo y Eurídice con una gran fiesta. La novia estaba radiante y decidió bromear con su enamorado.
-¿A que no puedes alcanzarme Orfeo?- susurró en su oído, y corrió a esconderse en el bosque.
El músico fue tras ella riendo, pero pronto la perdió de vista.
Entonces, sucedió algo terrible. Aristeo, un antiguo pretendiente de la joven, salió de entre los árboles y se interpuso ante su camino. En su rostro había un gesto amenazador. Eurídice, se asustó mucho al verlo y corrió. En su precipitada huída, pisó a una serpiente venenosa y murió inmediatamente por la mordedura.
El corazón de Orfeo se desgarró de dolor por la muerte de su amada. ¿Cómo podría continuar viviendo sin Eurídice? ¿Qué sentido tenía la vida sin la mujer que amaba? Desesperado, el joven, decidió acometer la más aterradora de las empresas: descender al reino de los muertos para rescatar a su esposa.
Bajó al Tártaro por una hendidura de la tierra. En la oscuridad sintió unos amenazadores ojos gruñidos y vio tres pares de ojos de fuego que lo miraban amenazadores. Era Cerbero, el perro guardián del mundo de los muertos, que tenía tres cabezas y cola de serpiente. Pero como Orfeo era valiente, tomó su lira y lo aplacó con su música maravillosa. Avanzó hasta el río Aqueronte, donde estaba el barquero, encargado de cruzar las almas al reino de las sombras. Se llamaba Caronte. Apelando nuevamente a su arte, lo convenció de que lo dejara en la otra orilla.
Caminando entre las almas de los muertos, que vagaban como sombras, llegó ante los dioses del Tártaro, Hades y Perséfone. Ante ellos entonó la más dulce y triste de las canciones.
_ Mi canto refleja el dolor que hay en mi corazón a causa de la muerte de mi esposa, Eurídice. En vuestras manos está el poder de calmar esta profunda herida devolviéndole la vida a mi esposa. ¡Piedad!
_Valeroso Orfeo- le dijo Hades-, tu música sin par ha despertado nuestra compasión. Muy grande ha de ser tu amor por Eurídice, para que te hayas atrevido a descender a nuestro sombrío reino. Por lo tanto, te concederé lo que deseas. Ahora presta atención, pues hay un solo modo de lograrlo. La sombra de Eurídice te seguirá pero, hasta que los dos no hayan pisado el reino de los vivos, no podrás mirarla. ¡No vuelvas la vista atrás, Orfeo, o tu esfuerzo ha sido inútil!
Los ojos del músico brillaron de alegría y, dando gracias a los dioses subterráneos, emprendió el camino hacia la luz del sol seguido por la sombra de su amada.
Atravesó el río Aqueronte y luego Cerbero lo saludó moviendo su horrible cola. Ya faltaba poco. Sólo le restaba trepar hasta el hueco por el cual había entrado.
Mientras ascendía, aguzó el oído: ni un suspiro, ni el roce de la túnica contra el suelo, nada. ¿Y si Hades lo había engañado? La angustia y la desconfianza le roían el corazón, pero continúo subiendo.
De pronto, sintió sobre su rostro la tibia luz del sol y no soportó más. Miró hacia atrás de inmediato. La sombra de Eurídice, venía unos pasos más atrás, por lo que aún no había pisado el reino de los vivos. ¡Desdichado Orfeo! En su impaciencia, no había cumplido la condición que le había impuesto Hades para devolverle a su esposa pues se había dado vuelta antes de tiempo. El alma de la bella Eurídice se hundió en la negrura del mundo subterráneo con un largo y profundo lamento, dejando al desconsolado Orfeo nuevamente solo.
Muchos años después, cuando Orfeo murió, y fue a reunirse con su amada Eurídice, en el reino de Hades, Zeus, convirtió su maravillosa lira en una constelación para inmortalizar la historia del héroe